jueves, 24 de septiembre de 2009

Notas de cata - Brasil


       Es fácil enamorarse de Brasil. En realidad es una pavada, casi una obligación. Si todavía no te pasó es porque no fuiste, y si te pasó vas a ver que es como te lo cuento. Te explico.
       Imaginate una mujer -u hombre, eso es cosa tuya- hermosa, apasionada, cálida y sensual, muy sensual. Tan perfecta que ni bien la miraste y admiraste ya sabés que nunca te va a dar bola. La seguís mirando, desahuciado. Cuando ella se da cuenta viene, te abraza y te besa. Cuando puedas, también vas a descubrir que su aliento tiene perfume a mango y abacaxi y sus labios son tiernos, arenosos. En el abrazo su cuerpo se pegó al tuyo, en perfecta unión, la sentís y presentís, completa. Van a seguir así mientras estés en Brasil, o mejor dicho: con Brasil. Y cuando tu avión despegue, la vas a perder con el necesario dolor de la partida.
       No te hagas problema, no la extrañes tanto. Cuando vuelvas, ni bien aterrizes, incluso antes de desabrocharte el cinturón de seguridad –que siempre es antes de lo que debería- ya va a abrazarte de nuevo, como antes y como siempre.
       Porque también es fiel.

JCh, TAM PZ0700, 15/8/09

Incidente en Copacabana


É a garrafa de cana, o estilhaço na estrada
Tom Jobim, Aguas de Março

      Acá estoy, sentado cómodamente en una incómoda silla de aluminio. Los pies apoyados en otra. Tan canchero, tan argentino. Es un bar de Copacabana. Clon de los demás que pespuntean la explanada ondeada. El sol de media mañana hormiguea en la cara. El vientito de mar refresca la escena y el chop mi garganta. Atrincherado detrás del vaso espumoso, el plato de camarones fritos y el servilletero. Acorazado por los RayBan, el Iphone y la Amex. Inalcanzable en este lugar de la cadena alimenticia.
      Gritos de varios hombres en un portugués inentendible, orillero. Vienen hacia acá. Dos mujeres blanquísimas llegan corriendo. Parecen gringas, pero se dicen algo en portugués sin orilla. Se agachan atrás del kiosco. Están nerviosas. Ahora aparecen los que gritan. Vienen por la senda para ciclistas. Son flacos. Color cobre, negro y cobre negro. Usan zungas, pies descalzos y pelo cortísimo. Caminan rápido, llenos de adrenalina. El cuerpo en tensión. Gritan cosas. Miran hacia un punto cercano adelante suyo. Proyecto mi vista en el mismo sentido. Es un tipo blanquísimo. Gorrito tipo béisbol. Cara enmantecada con protector. Otro gringo de impecable portugués. Lo siguen los otros, no son pocos. Mete miedo ver a tantos tan enojados. El gringo de gorra camina rápido y asustado, pero eso no le impide volver la cabeza y gritarles algo. La manada se le va encima. El blanquísimo corre unos metros hasta el jardín central de la avenida. Lo alcanzan en segundos. Se escucha explotar una botella y los vidrios que llueven al asfalto. Lo rodean. Pierdo de vista al blanco pero las miradas de los otros lo ubican en el piso. Empiezan con una especie de baile. Brazos, saltos, todo en el mismo lugar: lo están pateando. Las dos mujeres parapetadas se hablan entre ellas. Están histéricas. Dudan si salir o no. Salen. Amagan dos pasos hacia el caído, en posición encogida. Vuelven. Se agachan, se levantan. Gritan adelantando la cabeza hacia los bailarines. Reculan. Se vuelven a agazapar. La danza se hace más frenética: tipos parados sobre una sola pierna mientras la otra patea fuerte, los brazos volando para mantener el equilibrio. Siguen. Siguen. Siguen. Un poco a la izquierda del círculo descubro un policía de pantalones cortos. Tiene un bastón largo. Está ahí parado completamente indiferente, como si no pasara nada, mira distraído al grupo. La gente empieza a juntarse. Curiosos morbosos. Tapan la vista. Interrumpen el tráfico. Desde mi trinchera ya no se ve más que un montón de turistas gringos. Algunos de los bailarines se van caminando tranquilos a la playa. Llega la policía. Escucho silbatos que suenan todo el tiempo en un compás epiléptico. Llega una ambulancia. La gente ya se nota aburrida. Se va la gente. Se aclara el panorama y se lo ve al blanquísimo en el piso, boca arriba. Los pies en el asfalto y el cuerpo en el pasto, inmóvil. Le pregunto al mozo si está muerto, me contesta si quiero mais alguma coisa. Pido um coco gelado. A mi derecha, en otra mesa estaban antes una abuela, una madre y dos hijos. Ahora la madre maniobra para que la hija no vea la escena. El nene es más chiquito y ni se entera, juega con una pala de plástico. Un vendedor ambulante me ofrece lentes de sol. Ni lo miro, mis blindajes me hacen también antipático. Llegan más policías. El tipo sigue tirado, nadie le da bola. No veo a los de la ambulancia. Los busco cerca del caído; pero nada. Los policías hablan con gente, tan vaga es la escena que no me permite mayores detalles. De pronto el herido levanta la cabeza, mira a los costados, aún desde donde estoy se lo ve lleno de sangre. No está muerto. Vuelve a apoyar la cabeza en el pasto. La levanta otra vez, repitiendo los movimientos. Los que lo rodean siguen haciendo cosas ajenas a la escena, relajados, tranquilos. Ya me terminé el coco gelado y me aletargo al sol. Siesta de cuarto de hora y vuelvo al bar, la playa y al caído, que sigue ahí. Me despertaron los silbatos epilépticos que recrudecen. Sondeo el coco con la pajita, pero está seco. Otra cerveza me va a dar dolor de cabeza. Pido la cuenta. No aceptan American, sólo Visa. Pago en efectivo, sin propina. Le digo que no a otro vendedor ambulante. Me quedo un rato más al sol sacando fotos con el celular.

      JCh, 13/8/09

lunes, 14 de septiembre de 2009

Autobiografía


Nací.
Me asfixiaron.
Me equivoqué.
Me mintieron.
No sé si aprendí.
Creo que sigo vivo.

JCh, Mtz, 14/9/09

Terso

JCh
Montevideo
Setiembre 2009


El tiempo no se medía en segundos sino en tersos. Piel, curvas, tibiezas. La distancia la perdimos en aquel puentecito de madera, donde empezaba el camino de arena.

Día, noche, qué se yo. La vuelta a un mí que creí amputado, sentí descartado, supe muerto.
Sin afuera, sin adentro, sólo acoplados.

El viento del mar bate las persianas, se presienten las pajas entre los médanos. Esa es otra historia, pista inútil de un afuera remoto.