viernes, 31 de julio de 2009

El grupo de los Jueves

Incluído en "El Libro de los talleres", Ed. Dunken.

Faltan veinte minutos para que termine la reunión de este jueves. Hoy ha sido el turno de L, su texto ha sido criticado secuencialmente por los demás. La forma de la crítica también es importante, no importa lo que se diga, siempre debe ser expresado con formalidad y corrección: es un momento muy delicado para el autor, que en la próxima será a su vez crítico. La reunión termina a las diez en punto. La mesa es redonda y las sillas tipo oficina, la cantidad exacta aunque no parezca. Así funciona el grupo.
El argumento se le ocurrió a L la tarde anterior y no le tomó más de dos horas alcanzar la versión final: un mago famosísimo que, practicando frente al espejo, hace un pase de manos y se desaparece a sí mismo. L temía que una historia así fuese demasiado obvia, por el contrario, fue muy bien recibida y casi todos destacaron también la construcción del relato. Un claro avance en la técnica de L que se refleja en la mirada satisfecha de S.
En su primera reunión, O es el último en comentar. Su fotocopia del cuento tiene unas cuantas anotaciones en el interlineado, hechas con una cursiva tan impecable como su pluma, sus dedos, sus manos. Se aclara la voz y dice que le gustó mucho el trabajo de L. Aunque con el mayor de mis respetos, y con el permiso de los demás, en especial del autor, claro que todavía no entiendo de técnicas narrativas y no me siento aún en condiciones de opinar sobre eso, me voy a limitar a la historia misma, que la verdad me parece una cagada.
La pluma de O hace un ruidito ahogado al caer sobre el papel. Seis ojos de tres cabezas se clavan en su porción de mesa. Un pie no identificado comienza un tableteo regular, transmitiendo una ligera vibración a la mesa de trabajo. S salta al termo de café, intomable a estas horas. T limpia sus anteojos con una servilleta de papel mientras otra se hamaca hacia el piso. L está muy concentrado en sus papeles y revisa su cuaderno hoja por hoja. El pie que tabletea anilla la superficie del café de S, que mira dentro del vasito de plástico como hipnotizado. En uno de los lentes de T sobrevive una impureza: más servilletas. L se sigue esmerando con sus papeles, hace anotaciones. Nadie habla, todos tratan de no ver la silla vacía, se espían furtivamente sin mover la cabeza. El pie tabletea.

La aguja larga llega al número doce, la corta ya está en el diez. Todos se atropellan hacia sus abrigos. Escalera hasta planta baja y en la calle alguien saluda hasta el próximo jueves. Queda un sobretodo en el perchero y una pluma en la mesa.

Jch, 8/8/09

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