viernes, 31 de julio de 2009

La Obra


      Esta noche conocí el significado de la palabra “monástico”, así de improviso y sin avisar, como toda revelación que se precie de tal, la puerta que abrió el dueño de la pensión devenida en un dolarizado Bed & Breakfast descubrió una habitación que será mi hogar por un tiempo aún desconocido; cama de una plaza que me remite sin escalas a los primeros años de la memoria cuando todo es tan fácil pero que sólo nos enteramos mucho tiempo después; la mesa de luz tan recién hecha que tiene un poco de aserrín y olor a madera cortada demasiado pronto, sin pintar, desnuda, el cajoncito y un estante mínimo para mis libros cuyas tapas miran a la pared de la derecha donde se encuentra lo que el propietario imaginó como un escritorio, en una audaz demostración de creatividad y que en realidad se trata de una tablita sostenida por dos caballetes formando un conjunto tan bizarro que debería estar expuesto en algún museo de arte moderno de los importantes con un título estilo “Dos Atlas” y que sería admirado por los críticos y calificado como “inquietante”, que es lo mismo que a mi me provoca su contemplación al intentar imaginarme dónde acomodar la laptop, papeles, lápices y demás presintiendo que es el precio a pagar por poseer semejante Obra de Arte escrita así con mayestáticas mayúsculas mayores y que abandonaré con dolor el día que deje el Claustro en fecha que me atormenta por lo inasible y lo incierto del destino, como sea ya no veré nunca más a mi ya venerado tesoro forestal que acompaña en material, textura, tratamiento y escaso gusto al armario que por alguna razón concentra toda la atención en la vista del cuarto, probablemente envidioso del virtuosismo de La Obra sólo le queda ese recurso para no sentirse menos por eso se apostó ahí recostado en la misma pared donde está la puerta, alineado a la perfección con la cama que cuando es visto desde ella crea una sensación de continuidad con mis pies de zapatos puestos reposando sobre la colcha en un acto de necesaria reivindicación en estas horas difíciles pero apacibles acentuadas por la ausencia de todo medio electrónico con excepción de mi amada laptop roja, la cual también crea esa sensación de continuidad pero esta vez de mis dedos de cutículas roídas por la ansiedad del Naufragio, y si lo pienso un poco mejor bien podría ser que mi atención obsesiva hacia la madera sea porque ésta flota cuando todo lo demás se hundió y estos muebles evitan que me ahoge mientras espero el rescate o la playa, inevitablemente unidas a la fecha que me atormenta por su cruel dualidad pero no con la redondez del yin y yan sino la violencia de dos corrientes marinas que chocan y crean esos remolinos nórdicos que si no me equivoco se llaman maelstrom, palabra que escribo dejando los múltiples acentos, diéresis y demás parásitos torturadores de escolares para algún descendiente de aquellos antiguos y poco creíbles vikingos, siempre útiles a la hora de la épica de 35 milímetros fabricada con orgullo en la Costa Oeste de los Estates, país que a pesar de haber ollado unas cuantas veces nunca terminé de entender y ni empecé a querer, en especial por la cantidad de manteca que le ponen a los helados que ni se comparan con el helado Claustro que no tiene ni vestigios de contenido graso, mas bien recuerda el sabor de las galletas de arroz obligatorias en las dietas pre-zunga; por suerte y antes de perder toda esperanza de dormir sin hacer vapor con el aliento mi ya entrañable Propietario me devela el arcano: el aire acondicionado es frío-calor y además funciona, por lo que mi morada resulta posible de morar y por su austeridad sólo de forma moral; si mi intención era la de lograr un tiempo-espacio de reflexión y distancia parece que la metáfora me atacó y se convirtió en realidad apenás coloreada por mi incorregible romanticismo; acomodo como puedo mis cosas, con ganas que se fueron gastando en ya incontables viajes y hoteles, de todos los cuales sólo lamenté la pérdida de una media sin estrenar, me sirvo un etiqueta roja en un vaso berreta y me voy hundiendo en una dulce melancolía sin acordarme de la partida.

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